jueves, 22 de julio de 2010



Poco antes de que Colón, supiera de estas tierras indómitas en las que hoy vivimos, los habitantes de Florencia, descubrieron embelesados el cuadro de Botticelli, espléndido de belleza y color, llamado: El Nacimiento de Venus. Este venía a presagiar para la humanidad un amanecer diferente. En ese entonces la pagana exuberancia del arte griego estaba sepultada por capas de olvido y castigo, y nosotros, los hijos de Dios, vivíamos oficialmente en un valle de lágrimas. El cuerpo y el goce habían sido exiliados a tierras oscuras. Todo aquel o aquella que osara transitarlas en un arrojo mortal, era devorado por las llamas del infierno.

En la época del pintor se pensaba que el cuerpo de la mujer era instrumentalizado, por la astucia del demonio, para tentar al santo varón a caer, una vez más, en la trampa fatal en la que cayó Adán y por la que fue exiliado del paraíso.

Pero la Venus con su desnudez divina, nos traía el retorno de Eros en todo su esplendor. Nos traía el retorno de lo femenino y nos invitaba a llenar el cuerpo de alma. Así, hombre y mujer, podrían bailar la danza orgásmica como una manera santa de alcanzar la divinidad.

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